Hédgar di Fulvio
SELECCIÓN
TEMAS:
01 - Zambita para mi ausencia
02 - De ande soy
03 - Gallo Calavera
04 - Chacarera de los novios
05 - La Pancho Ramírez
06 - Zamba del hombre solo
07 - Albahaca y harina
08 - La ensombrecida
09 - Ay, vidalita, vidala
10 - Pobrecito Corazón
11 - Tardecitas de mi Pago
12 - A mamá
13 - Zamba para una copla perdida
14 - Adiós A Córdoba
15 - La tejedora
16 - Araucano
17 - Zamba de las espigas
18 - No te mueras nunca
19 - Chacarera del por qué
20 - Paisano
21 - Mi destino es caminar
22 - Yo soy de aquel pago pobre
23 - Zamba en fuego
24 - Cuando Muera El Trovador
Hédgar di Fulvio nació en Carrilobo (Córdoba) el 9 de julio de 1933, poeta, músico y se recibió de médico en la Facultad de Medicina de la Universidad de Córdoba, donde se especializó en pediatría.
Miembro inquieto de una familia de artistas, entre los que se destaca el compositor y guitarrista Carlos Di Fulvio, Hédgar realizó valiosos aportes a la cultura de nuestro país, fue un cantor contestatario y lo hizo a su manera y de cien maneras diferentes, pero en cada intento, con fuerza endógena, surgían sus cantos como surgen los pastos, el yuyo, las toscas y las agüitas humildes de la extensión entrañable: aires de bailecitos, bailecitos, canciones, carnavalitos, chacareras, cuecas, gatos, loncomeos –danzas rituales mapuches-, polkas, taquiraris, valses criollos, vidalas chayeras, zambas y zambas-cuecas, según un relevamiento que con mucho amor hicieron Elías y Renée Isaac, Juan Marcos Martín, Ana González, Julio Cordi y Pablo Behm.
Su mirada buscó el Ande, contempló el mar, trepó los ríos, se confundió en las urbes y se quedó en la tierra. Bajo la sudadera del caballo galopó solidaria una protesta no respondida, tal vez soportando una matadura que no halló la mano curadora.
Nació en la estancia de Sosa, establecimiento San Fernando, cerca de Carrilobo, el 9 de julio de 1933, hace 80 años, es posible que como un preanuncio de dos determinantes de su vida: patria irrenunciable e independencia de espíritu.
Allí, en esos campos de labrantío, desde el asombro de su infancia se entremezcló con los braceos que llegaban a levantar las cosechas. Fogones, guitarras, mates y adivinanzas lo fueron cultivando en una comprensión raigal de su circunstancia. En ese escenario comenzó a valorar lo que él llamaba el hombre realidad y en un espacio de ensoñación mistérica comenzó a esbozar lo que sería un lema en su vida: Quise y quiero honrar mi tierra, quise y quiero lo que me da palabras y silencios. Fue ése el génesis y el germen de un hombre de responsabilidades profundas, celoso de la bondad de la fatiga diaria, pero también cantor, guitarrero y sobre todo sensible a la sugerencia poética. .
Así se aposentó en su espíritu la luz de una temprana reflexión, punto de partida de lo que sería una tarea vital: la recepción de las letras que sugería la tierra y su musicalización, que aún en sus variaciones, tenía por origen aquellas íntimas melodías de los braceros de la estancia de Sosa.
Pocas fueron las grabaciones de sus temas, finalmente rescatados en el extranjero ante la indiferencia de las productoras nacionales, posiblemente una muestra más de una política de desprecio por los valores propios, los que anidan en los hijos de la tierra más allá del color de su piel o del linaje de sus ancestros.
Vino a Córdoba queriendo ser médico y se encontró con un cielo de guitarras que lo llamaba cada noche desde las estrellas serenateras. Nada le fue desconocido en el itinerario de bombos y encordados, pero hacia fines de los 50 su guitarra y su canto se arrimaban a “El foro”, mítico faro que orientaba los imaginarios barcos de La Cañada. Desde la mesa 11 Hédgar marcaba ritmos mientras don Cornelio Saavedra, el propietario, llenaba una y otra vez los vasos de aquel tinto irreemplazable en los gustos musiqueros. En esa salamanca se amuchaban plásticos como Romilio Ribero, Diego Cuquejo –que cantaba tangos- y Moreno Ulloa; personajes de luenga fama como Perecito; guitarristas que sin saberlo estaban entrando en la mitología peñera, como Luis Amaya y Lalo Homer; y aquel riojano que iba construyendo su propia vida paralela, el Chito Zeballos.
Di Fulvio ya había conocido y tratado a un patriarca del canto como don Edmundo Cartos y en la calle Chubut tenía las puertas abiertas de la casa del Chango Rodríguez. Año después el Chango tendría las puertas cerradas y el poeta iría a la cárcel para ser padrino de su boda con la Gringa.
“El Pucará y los Hornos Combes” golpearían fuerte en el corazón lírico de Hédgar y la muchachada noctámbula repetiría los versos resaltantes de una humanidad empobrecida. Fueron tiempos de compartir, con Alejandro Pastor, con Héctor Roca y con ese fino intérprete de la guitara que es Roberto del Lazo.
Después de la bohemia inevitable que capeaba en Alberdi y se desbordaba en los alrededores de La Cañada, fue médico y eligió los niños para volcarse entero y sin reservas, caminando las salas y pasillos del viejo Hospital de Niños y allí fue cuando su conciencia vio cosas que no quería ver. En sus manos crispadas la bordona se hizo trueno y la denuncia tonante no respetó la métrica de los versos. El poder de entonces le mostró la calle y con tristeza inaudita se perdió pampa adentro. Capitán Sarmiento lo recibió en la mansedumbre bonaerense y allí brindó ciencia, consejos y caricias, mientras los versos seguían brotando como agua de manantial. Capitán Sarmiento jamás lo olvidó y lo siguió queriendo con la trascendencia de los hombres probos.
En los versos iniciales de Zamba para mi ausencia, Hédgar Di Fulvio nos dejó mucho de su legado espiritual: “Paloma tibia de la zamba ausente, / que en la lágrima fuiste consolada, / yo te dejo en mi copla y en mi canto / esta ausencia que llevo por el alma”.
Hédgar falleció el 26 de noviembre de 2013 con un amplio legado artístico, dejando, además, numerosas trabajos académicos relacionados con las costumbres argentinas. Su investigación sobre el mate, por ejemplo, llegó a ser presentado en la Universidad de Berkeley de Estados Unidos.
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